Febrero de 2020 fue la fecha en que, por primera vez, se escuchó hablar acerca del COVID-19, uno de los virus más alarmantes del siglo XXI. Desde entonces han sido muchos los síntomas relacionados con este virus y numerosas sus variantes. De hecho, si bien los coronavirus han estado presentes como patógenos a lo largo de la historia de la humanidad, lo cierto es que el SARS-CoV-2 destaca especialmente por su alta capacidad de transmisión, así como por las secuelas que se han ido descubriendo. 

¿Qué es el COVID persistente? 

Tras el comienzo de la pandemia, concretamente durante el verano de 2020, comenzaron a reportarse casos de pacientes que, si bien habían superado la enfermedad, continuaban padeciendo efectos de la misma. De hecho, uno de los detalles más curiosos de este acontecimiento fue la ausencia de rastro de un contagio activo, es decir, los pacientes habían desarrollado secuelas de las que, hasta día de hoy, se desconoce la causa. 

Síntomas del COVID de larga duración 

Se estima que en torno a una cuarta parte de la población ha desarrollado síntomas de COVID persistente tras, al menos, un mes de dar positivo e, incluso, durante tres meses después. 

La lista de los síntomas de COVID persistente es muy extensa. Se han identificado más de cien síntomas asociados. No obstante, entre las secuelas más frecuentes se da la fatiga crónica, la tos, la dificultad para respirar, la anosmia —pérdida del sentido del olfato— y los dolores musculares y de cabeza. A estos síntomas se suman, aunque en menor medida, la caída de cabello, las erupciones en la piel, las alteraciones del ciclo menstrual, las afecciones gastrointestinales, la disfunción cognitiva, los problemas de movilidad, el insomnio y el desarrollo de enfermedades mentales como la depresión y la ansiedad. 

Además, las afecciones cardíacas como la alteración de las pulsaciones o el desarrollo de taquicardias son algunos de los síntomas que pueden darse en los casos más graves. 

¿Cuál es el perfil más afectado por el COVID persistente?

No obstante, existe un perfil más propenso a verse afectado por los síntomas de larga duración: mujer, entre los 40 y los 55 años y sin enfermedades aparentes. Y es que en datos de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), el 60% de los casos registrados corresponden a personas con estas características, un perfil que tampoco precisó hospitalización mientras sufrió el COVID.

Entre los síntomas más duraderos del SARS-CoV-2 destacan el síndrome de fatiga crónica —también conocido como encefalomielitis miálgica—, la dificultad para respirar y la pérdida del gusto y del olfato —tal y como ocurre con el COVID en sí mismo—. 

En la actualidad, el síndrome de fatiga crónica continúa representando desafíos para la medicina. Sin embargo, el COVID-19 no solo ha traído consigo una época de incertidumbre y caos, sino también un escenario en el que se plantean grandes oportunidades para avanzar en la comprensión de las enfermedades y, sobre todo, el trato hacia los pacientes.

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