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Tierras que arden
Por José Millán, director de la Cátedra AXA de Prevención de Riesgos
Desde el pasado 19 de septiembre, venimos asistiendo conmovidos a la erupción del volcán de Cumbre Vieja en la isla de La Palma, que ya ha superado con creces el volumen de magma que emitió en 1971. Sólo una nota a destacar en medio de los terribles daños materiales que está provocando: no hemos tenido que lamentar ninguna víctima humana.
Este último dato alentador se está debiendo al monitoreo previo y permanente del volcán y a la toma de medidas preventivas, entre las que caben citar cuatro: creación de perímetros de seguridad con radios superiores a 3 km; establecimiento de dos millas náuticas como zona de exclusión marítima; confinamiento de la población por barrios, y autoprotección de los ciudadanos con gafas - que en algún caso las hemos visto de buceo - y mascarillas para resguardar a la población de la densidad de partículas de ceniza y concentración de gases tóxicos en el ambiente, especialmente dióxido de azufre en zonas cercanas a la “fajana “o “isla baja” creada por la caída del magma al mar.
Cabe destacar que la efectividad de las mascarillas quirúrgicas contra las partículas de humo del volcán se ha comprobado insuficiente; solo las N95, certificadas por la industria, ofrecen buena protección, siempre que estén bien ajustadas.
El pasado mes de mayo de este mismo año, a 5.582 km de distancia de la isla de La Palma, también entró en erupción el monte Nyragongo, uno de los volcanes más peligrosos de África, situado en la República Democrática del Congo. Su gran pendiente provocó que la lava descendiera a 64 km/h, alcanzando de inmediato la ciudad de Goma, de millón y medio de habitantes, situada tan solo a 10 km del monte. La explosión de este volcán, irrumpió en Nyragongo arrasando viviendas y causando inicialmente 30 muertes, que se suman a las más de 1.500 de su anterior erupción en el año 1977.
Pero la tierra también arde desde hace años en otras dos zonas del mundo, sin tratarse, esta vez, de volcanes; arde bajo sus poblados, en dos minas de carbón. Una de ellas se encuentra en Centralia (Pensylvania, EEUU), donde la veta de carbón de una vieja mina abandonada permanece en llamas desde 1962. El monóxido de carbono emanado obligó a evacuar masivamente a la población, llegando a quedar, en su momento, una sola persona en ella, motivo por el que hoy se la conoce como “la ciudad fantasma”.
La otra mina arde desde hace 105 años en Jharía, en el estado de Jharkjand (La India). Su combustión expele gases de monóxido de carbono y óxido de azufre, provocando serios perjuicios en la salud de quienes allí viven. A pesar de ello, la población, resignada y enferma, se resiste a abandonar la zona por carecer de recursos, y arriesga su salud ganándose la vida como recolectores y cargadores de carbón, a cambio de una retribución que gira en torno a 1.000 rupias semanales, cifra que se corresponde a 83 euros.
Siempre las dos caras de una misma moneda.
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